martes, 19 de mayo de 2009

Siempre te queda levantar...

*Noto el sol cegador en la cara. Cierro los ojos y veo millones de motas naranjas sobre un fondo áureo. Percibo una mano cálida, cogida a la mía. Es grande, suave. Giro levemente la cabeza, y veo una preciosa sonrisa. No reconozco quien es, pero está a mi lado. Me doy cuenta de que en el otro lado también hay unos cegadores ojos mirándome, con su correspondiente sonrisa. Su mano no es tan grande, pero igual de cálida y suave. Vamos avanzando mientras el sol nos impide ver más allá de nuestros pasos. Poco a poco empieza a chispear, unas gotas pequeñas, rápidas. Es agradable sentir el frescor de la lluvia sobre la piel, ardiendo por el sol. Una refrescante brisa remueve mis cabellos. Es hechicero sentir la hierba húmeda en mis pies descalzos.
A medida que avanzamos el sol va menguando. El viento cada vez sopla más animoso. Me mete el pelo en los ojos, y pese a que ya no hay sol, no puedo ver más allá de mis pies. Una de las cálidas manos me suelta, lo agradezco, así puedo retirarme el pelo de los ojos, aunque la lluvia empieza a ser tan fuerte, que me impide ver que hay delante. Sigo avanzando, pero a duras penas, pues mis pies se han metido en un embarrado. Cada vez me pesan más, y el roce con las puntiagudas piedras hace que todo me escueza.. La lluvia se ha convertido en una cortina de agua, y el viento me azota salvajemente. Pierdo el equilibrio por momentos, y justo cuando estoy a punto de caer al suelo, mis dos manos me frenan. Supongo que en ese momento es cuando me percato de que mis dos manos están libres. Camino sin rumbo, sola… Pero sigo caminando, porque en algún momento tiene que amainar esta tormenta, y volver el sol...*





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